Cuando la crisis financiera de 2008, se nos repitió que los males eran mayores en España que en otros países porque nuestro sistema económico tenía una excesiva dependencia de la construcción y del turismo. Como si eso se debiera al azar, o a algún oscuro designio divino. Porque a nuestros dirigentes se les olvidó mencionar que esa situación no era sino el resultado de una larga cadena de decisiones políticas (sus decisiones políticas), que comenzó –como poco– con los procesos de reconversión industrial de los ochenta y continuó con las medidas liberalizadoras de los noventa.
Algo más tarde, recuerdo a Mariano Rajoy, recientemente nombrado presidente, explicándonos que su tarea era hercúlea, porque, para salir de la crisis, tenía que dar la vuelta a un sistema productivo inadecuado. Como si eso se debiera expresamente a la gestión de Zapatero. Y también lo recuerdo, unos cuantos meses después, felicitándose públicamente porque –no se sabía si gracias a él o al Altísimo– los datos españoles del turismo y del ladrillo se estaban recuperando rápidamente. Y no puedo dejar de recordar mi estupefacción cuando nadie pareció darse cuenta del truco de trilero que acababa de colarle al país entero.
Y así hemos seguido. Ahora, con la pandemia, resulta que, una vez más, parece que España va a salir peor parada que sus vecinos, en buena medida por el gran peso relativo que, en su economía, poseen el turismo y la hostelería, que son casi los primeros sectores en caer con las obligadas restricciones.
(Es verdad que también se ha esgrimido la mala gestión pública como razón de esa mayor afectación de la pandemia en España; pero, sin negar la mayor –quién podría alabar el proceder de nuestros políticos durante estos meses–, aún no está claro el grado de su influencia real en la crisis que nos está cayendo encima.)
"Muchos negocios del sector no van a resistir esta crisis", avisan, con razón, los afectados. Se ve como una catástrofe (y sin duda lo es para sus profesionales), pero parece que a nadie se le ocurre que parte del problema podría ser, sencillamente, que el sector era demasiado grande, y que esa hipertrofia no era en realidad buena para la economía nacional.
En todos estos largos meses, ¿alguien ha oído a algún político, o a algún opinador público, reflexionar sobre la oportunidad que esta crisis podría representar para encarar de una vez por todas la necesaria revitalización de los sectores económicos básicos? Los pocos que lo han dicho han sido voces clamando en el desierto. Claro que hacer eso exige un plan ambicioso y bien diseñado, un compromiso firme por parte de todos, un trabajo arduo y sostenido durante mucho tiempo... Vaya, que hacer eso es muy difícil; es mucho más sencillo repartir dinero (y, de paso, se refuerzan las redes clientelares de votos). Así las cosas, de lo que se ha hablado estos meses sin parar, un día sí y otro también, ha sido de los bares, que son, al parecer, lo único que de verdad nos preocupa.
De esta crisis iremos saliendo más o menos como de la anterior: todos un poco más pobres y algunos completamente arruinados (sin olvidar a los poquísimos privilegiados que se harán de oro). Y cuando, unos años después, venga la próxima –que vendrá, que nadie lo dude–, el político de turno nos explicará, con su habitual desfachatez, que a España le toca padecerla con más virulencia que sus vecinos, debido a la "particular configuración de su sistema productivo". ¿Y saben qué es lo más increíble? Que colará.
Colará. No hay quien desmonte la mentira con suficiente fuerza.
ResponderEliminar