martes, 8 de marzo de 2022

De nuevo sobre líderes y liderazgo

Para Arantza, que me ha invitado a pensar mejor.

En mi escrito anterior sobre los líderes y el liderazgo, me temo que traté el asunto de una manera un tanto superficial (como corresponde a lo limitado del espacio y lo aún más limitado de mis conocimientos), sin entrar en el meollo de la cuestión. Trataré ahora de enmendar mi falta, en la medida de mis pobres posibilidades.

En primer lugar, creo que los conceptos de líder o de liderazgo son en buena medida eufemísticos. Imaginemos, por ejemplo, a un joven que acaba de firmar su primer contrato laboral. El dueño de la empresa le da la mano y le dice:

— Bienvenido, ya eres un nuevo colaborador de la empresa, ahora yo seré tu líder.

— No, no te equivoques le corrige el nuevo empleado, demasiado joven para haber aprendido aún a callar, yo trabajaré para ti y tú serás mi jefe.

También podemos recordar una frase escuchada con cierta frecuencia:

— Fulanito lidera un equipo de X personas.

— No  corregiría nuestro joven osado, Fulanito manda un equipo de X personas.

Un tercer ejemplo: muchas empresas han dejado de tener una "jefatura de personal" para disponer de un "departamento de gestión de personas" (o alguna otra formulación similar).

En estos casos constatamos que, cuando decimos líder, estamos queriendo decir jefe; cuando hablamos de liderazgo, estamos en realidad hablando de mando o, de modo más general, de poder. Pero, no sé por qué, en nuestra sociedad, tan exquisitamente igualitaria y democrática, está mal visto ejercer el poder; más aún: parece que todo poder estuviera esencialmente deslegitimado, o por lo menos fuera sospechoso per se. Y para procurar que la idea de poder quede camuflada, utilizamos el eufemismo, de modo que los jefes se convierten en líderes, los empleados en colaboradores y el poder en liderazgo.

Sin embargo, de esta manera incurrimos en un grave error, porque, sin darnos cuenta aunque me temo que algunos sí que son plenamente conscientes acabamos manejando una idea mucho más amplia y peligrosa: colaborar exige una implicación personal mayor que obedecer; a un jefe se le obedece de ocho a dos, pero a un líder se le sigue a todas horas; una empresa tiene derecho a gestionar el quehacer de su empleado, pero de ningún modo tiene derecho a gestionar su persona. Camuflando una relación de obediencia, se nos ha colado otra de dependencia y sometimiento.

En segundo lugar, el liderazgo debe ser, a mi modo de ver, un reconocimiento ajeno y a posteriori. Dentro de un grupo humano, del tipo que sea, a veces o sea, no siempre– sucede que una persona, por sus cualidades o su desempeño, se constituye en la más importante de todas, en el núcleo o el alma de dicho grupo. Esa consideración, además, casi siempre es implícita o tácita y no ha sido buscada por la persona en cuestión. 

Otra cosa diferente es que ese grupo, si necesita llevar a cabo un trabajo, se organice para ello de la manera que estime conveniente, estableciendo diferentes funciones que impliquen que uno mande y otro obedezca. (Cuando el grupo en cuestión se organiza de forma jerárquica, esas funciones son inevitables.) Pero esa persona que manda o dirige será al menos en principio un encargado o un jefe, nunca un líder.

Lo que es un disparate absurdo es que alguien se constituya en líder de un grupo humano por decreto, a priori, sin haberse ganado previamente esa consideración por parte de sus compañeros. Si alguien se acerca a un grupo diciendo "yo voy a ser vuestro líder", ese fulano es un usurpador, un aprendiz de tirano, un necio con ínfulas de grandeza.

En definitiva, creo que la creciente ola de líderes y liderazgo que estamos sufriendo es de carácter eufemístico y apriorístico. Dos graves errores que mantienen mis pilotos rojos de alarma a pleno rendimiento.

miércoles, 2 de marzo de 2022

De líderes y liderazgo

Se me activan todos los pilotos rojos de alarma en cuanto oigo hablar de líderes o de liderazgo. Desde hace unos cuantos años, estas palabritas (y el sucedáneo de idea que esconden detrás) se han convertido en uno más de los ídolos a los que sacrificamos nuestra sensatez, o lo que nos va quedando de ella. Es fácil ver aquí un nuevo ejemplo de colonización cultural, pero me temo que el asunto da para más.

En los ámbitos empresarial y administrativo, el liderazgo ha servido para que unos cuantos listillos se forren dando cursos de supuesta formación a un creciente enjambre de jefes y jefecillos que se creen una moderna mezcla de Alejandro Magno y Gengis Kan. Dejar una empresa en manos de semejantes orates engreídos consigue, en primer lugar, volver tarumbas a sus pobres subalternos y, en última instancia, lastrar su funcionamiento cotidiano y poner en peligro su propio futuro.

Sin embargo, es en lo político donde el dichoso liderazgo muestra toda su potencial malignidad. Un político es alguien elegido por sus conciudadanos para gestionar la cosa pública, y que debe rendir cuentas de dicha gestión; su posición preeminente es, por tanto, circunstancial y transitoria. El líder, en cambio, es alguien que, supuestamente por su comportamiento ejemplar o heroico (en realidad, más bien por su astuta utilización de la propaganda), se gana la voluntad popular para situarse por encima de sus conciudadanos, que cambian así su condición por la de seguidores acríticos. El político es examinado, el líder es seguido; al político se le juzga, al líder se le obedece y, eventualmente, se le ama; el político establece un pacto de confianza; el líder, de lealtad.

Un país culto, bien instruido e informado, no necesita un líder. Esta campaña ubicua de elogio del liderazgo, que pretende llenar de líderes todos los ámbitos de nuestra vida, coincide con otra serie de cambios globales que parecen pretender el freno del librepensamiento y de las libertades públicas y, en definitiva, el fin del llamado estado del bienestar. ¿Es casual esta coincidencia? Me cuesta creer que lo sea. Más bien me parecen síntomas de un mismo fenómeno.

Yo no quiero tropezarme con ningún líder, ni en mi escalera, ni en mi trabajo, ni en mi país, ni en ningún sitio. Son peligrosísimos. Basta con echar un vistazo al mundo para comprobarlo.