viernes, 25 de febrero de 2022

Política, partidos y personas

Asisto con una sonrisita irónica, lo confieso al bochornoso espectáculo que están ofreciendo estos días los líderes del PP. Compruebo, una vez más, lo difícil que resulta hacerse una idea clara de la verdad de los hechos, y lo poco que eso le importa a nadie. Los actores de este drama (o sainete, según se mire) se mueven por intereses o por sentimientos, pero no por argumentos o razones, ni mucho menos por principios.

Para mí, lo asombroso no es que a Pablo Casado le obliguen a marcharse, sino que alguien como él haya podido llegar a ser el líder del principal partido de la oposición. Que Casado pudiera ser presidente de la nación es algo tan rocambolesco como que lo sea el presidente actual, sin ir más lejos.

El cruce de acusaciones entre Casado y Ayuso ha sido penoso. Ambos han dejado claro, no sólo su mutua animadversión, sino también que estaban dispuestos a jugar todo lo sucio que hiciese falta para conseguir acabar con su adversario. Dejar tan al descubierto su fea catadura debería ser suficiente, en un estado normal de cosas, para que sus compañeros les indicaran el camino de salida. Sin embargo, esto sólo ha sucedido con uno de los dos. ¿Por qué? La respuesta, a mi modo de ver, sólo puede ser de orden estratégico: Ayuso ha sabido pelear (y le han ayudado) mucho mejor que su enemigo; y su táctica principal ha sido hacerse la víctima. Es curioso lo bien que funciona este mecanismo: el acusado siempre acusa, el agresor siempre se presenta como agredido... Es un resorte básico de nuestra naturaleza humana, y aun así no lo solemos reconocer cuando nos topamos con él.

Por el camino, queda olvidado al menos por ahora el pequeño detalle de los indicios de choriceo contra la presidente de la Comunidad de Madrid. ¿Cómo es posible que algo así no sea el principal motivo de todo este teatro? Pueden ensayarse varias explicaciones, todas ellas demoledoras:

  1. Los presuntos hechos se consideran poco significativos, de poca importancia, y por tanto veniales, justificables o disculpables.
  2. Aunque esos hechos sean ciertos, se consideran como algo habitual y general en la práctica política, independiente de personas y partidos y, por tanto, disculpable, como una especie de mal menor o impuesto político.
  3. A las personas implicadas (dirigentes, afiliados y simpatizantes) no les preocupa la corrupción, no les parece que sea una práctica especialmente sancionable, al menos mientras se mantenga en unos niveles cuantitativos no muy grandes.
  4. Las personas implicadas están atentas para denunciar y castigar la corrupción, pero siempre en los otros partidos. 

Esta última explicación quizá merece un comentario. Cuando uno pertenece a un grupo con unas determinadas características (una secta o una banda juvenil son buenos ejemplos), se vuelve incapaz de percibir correctamente la actuación de dicho grupo, aunque pueda seguir interpretando bien lo que sucede fuera de él. En el ámbito político pasa lo mismo porque mucha gente pertenece a su partido de esa forma equivocada, y son de tales siglas como son de tal credo, de tal equipo de fútbol o de tal secta (aunque para ellos sería ofensivo utilizar esa palabra).

¿Qué características específicas deben tener esos grupos? No lo sé. Pero, en realidad, ni tan siquiera hace falta recurrir a ellos, porque abundan los amigos de sus amigos, incapaces de compaginar amor y justicia, y dispuestos por tanto a tolerarlo todo en unos casos y nada en otros. Somos animales gregarios, muy dependientes de la manada, y no parece que podamos superar esa condición. Esto no tiene por qué ser siempre malo, pero parece claro que, en lo político, es una fuente constante de conflictos. Lo terrible es la actual proliferación global de mensajes dirigidos específicamente a ese resorte, porque me temo que ha sido siempre un índice predictor de catástrofes a lo largo de nuestra pintoresca historia de homo sapiens.

He empezado hablando del PP y he terminado divagando sobre la especie humana. Está claro que nada de lo anterior es privativo del PP, sino que tal vez con algunos ajustes menores, que habría que examinar con cuidado– puede aplicarse a cualquier otro partido político. Lo que hace que todo sea mucho más grave.


viernes, 4 de febrero de 2022

Obviedades sobre la corrupción

El político de turno acaba de tomar posesión de su cargo. Su nuevo secretario le está enseñando las dependencias oficiales. Tras mostrarle las diferentes estancias, ambos se acercan por fin a la imponente mesa de trabajo de su despacho privado.

 Esta mesa le indica el secretario tiene dos filas de cajones a izquierda y derecha. Son seis cajones en total, todos llenos de dinero.

El político abre uno de ellos y, efectivamente, desborda de billetes de cincuenta euros. ¡En esa mesa hay una pequeña fortuna! Lo vuelve a cerrar, no sin cierta dificultad.

 Este dinero prosigue el secretario no está aquí para que usted lo use, sino por si hiciera falta en algún momento. En realidad, nadie sabe muy bien para qué está; nadie sabe cuánto hay, porque nadie lo ha contado nunca, ni tampoco nadie lo contará cuando usted se marche. Pero eso sí, debo repetirle lo mismo que a sus predecesores: bajo ningún concepto debe usted tocar este dinero aunque nunca nadie sabrá si lo ha hecho o no, porque debe dejarlo tal y como está para su sucesor.

El político se queda solo. En los siguientes años, pasará a diario muchas horas en ese despacho. ¿Abrirá los cajones? ¿Contará el dinero? ¿Se quedará con algunos de esos billetes para algún fin que no hace al caso? Tú, amable lector, ¿qué crees que harías en su lugar?

Estaría bien que alguien controlase que el político no utilice ese dinero. Estaría bien que, de hacerlo, fuera sancionado con severidad. Pero, sobre todo: ¿por qué tiene que estar esa mesa llena de dinero? ¿Cómo es posible semejante descontrol?

La moraleja de este cuentito es clara. Por supuesto, hay que investigar a los presuntos corruptos y, eventualmente, castigarlos, pero eso no deja de ser un apaño a posteriori.  Lo que de verdad hay que hacer es establecer un sistema de control que dificulte al máximo que alguien pueda meter mano en la caja. Tal vez no sea muy fácil, pero tampoco parece ni mucho menos imposible.

Por eso, no creo a los partidos políticos, que lanzan grandes soflamas contra la corrupción normalmente después de que les hayan pillado con las manos en la masa, pero no se ponen de acuerdo para establecer esos controles. Es como si los joyeros insistieran en que robar es un delito, pero dejaran sus tiendas repletas de joyas con los escaparates abiertos día y noche, sin vigilancia de ningún tipo. ¿Qué podría pensarse de semejantes tenderos? O bien son rematadamente idiotas, o bien obtienen algún oscuro beneficio con esa maniobra. Pues eso...