viernes, 15 de diciembre de 2023

Los escándalos políticos y la política escandalosa

Me ha llamado la atención la escandalera que se ha montado con el acuerdo del PSN para apoyar la moción de censura de EH Bildu en el ayuntamiento de Pamplona. Desde luego, es llamativo el cambio de opinión producido en las filas socialistas: hace unas pocas semanas aseguraban solemnemente que jamás llegarían a ningún acuerdo con ese partido, y ahora anuncian un acuerdo que parece incluso favorecer más a dicho partido que a ellos mismos. Llueve sobre mojado, además, porque hechos semejantes se han producido también en la reciente formación del gobierno de la nación.

No sé si conozco algún político capaz de salir indemne de una confrontación con su propia hemeroteca, pero hay que reconocer que Don Pedro es un auténtico campeón olímpico en la disciplina de Donde dije digo digo Diego. (¿Podría llegar a ganar la medalla de oro de la modalidad? No lo sé, me niego a pensar en estos asuntos con los mismos parámetros que se aplican al deporte o a los concursos de belleza.)

Para todos los escandalizados, lo escandaloso del cambio ha sido el acuerdo de hoy, no la declaración de intenciones de ayer. Para mí, la cosa es exactamente al revés: lo escandaloso no es que un partido acuerde algo con otro, sino que declare de antemano que jamás estará de acuerdo con él.

Es inevitable que un partido como un persona guste más a unos que a otros; incluso se entiende que pueda resultar detestable para alguien. Una persona particular puede rehuir todo contacto con otra a quien aborrezca; un partido político, no. Los ciudadanos les han encargado la tarea de ponerse de acuerdo, y a ella se deben. Por supuesto, puede darse el caso de que, por mucho que lo intenten, no lleguen a acordar nada; pero es inaceptable que renuncien a ello de antemano, enarbolando no se sabe muy bien qué principios morales o políticos. La democracia no consiste en tener razón, sino en acordar  entre todos las reglas que nos obligamos a cumplir.

Esta facilidad política de rasgarse las vestiduras es, además, unidireccional: el PP se escandaliza de que el PSOE acuerde algo con EH Bildu, porque con esos no se debe acordar nada, mientras que el PSOE se escandaliza de los acuerdos del PP con VOX, por la misma exacta razón. Está claro que los principios deben defenderse (aunque para eso, primero, haya que tenerlos), pero, si impiden la convivencia, tal vez deban ser revisados.

Hay en esta historia otro aspecto que me parece destacable y que sucede, además, en todos las cámaras legislativas del país. El acuerdo pamplonés ya ha sido anunciado, defendido y atacado convenientemente por todos; el debate político ya se ha desarrollado ante los medios de comunicación, de modo que lo que suceda en el pleno municipal es redundante e irrelevante, puesto que todo el pescado está vendido de antemano. Es comprensible, e incluso deseable, que las cosas se vayan tratando y preparando antes de llegar al pleno, pero me parece muy peligrosa esta manera de vaciarlo de contenido.

Con estos procedimientos, el parlamento se convierte en un trámite vacío, donde no se debate ningún asunto, sino que se escenifica una discusión, como si la cámara fuera una extensión de un plató televisivo. De esta manera, el pleno legislativo se convierte en una suerte de toreo de salón, inútil y agotador, donde unos y otros simulan debatir, pero sólo riñen, tratando no de llegar a ningún acuerdo, sino de conseguir simpatías y adhesiones, con la esperanza de que se conviertan, llegado el momento, en votos.

Y luego está lo más grave de todo: que nosotros asistimos a este penoso espectáculo y, en lugar de escandalizarnos, nos parece bien.