miércoles, 30 de noviembre de 2016

Elecciones y pensamiento difuso

Las últimas elecciones estadounidenses, con su sorprendente final, dan pie para muchos comentarios. A mí me han hecho recordar aquella frasecilla demoledora que escribió Karel Capek hace casi un siglo: «Estáis ocupados con las votaciones [...] y en momentos así no hay lugar para la sabiduría. ¡Bah, qué digo! Ni siquiera para la sensatez. Las elecciones son, más bien, cuestión de astucia» (Agatón o la sabiduría). Efectivamente, no parece que los norteamericanos hayan escogido con sabiduría, ni tan siquiera con sensatez. Y lo mismo vale para los ingleses, los españoles, etc. La cuestión obvia es: ¿cómo es posible que tanta gente se equivoque tanto? Voy a ensayar una posible respuesta.

Desde hace muchos años (no menos de dos décadas), asistimos a un empobrecimiento continuado de la “inteligencia pública”. La educación en todos sus niveles, los medios de comunicación, los políticos, los famosos, los modelos sociales, las artes, las ideologías, todo ello se entrecruza en una maraña intrincada que va tirando de la sociedad hacia la incultura y la inopia intelectual. ¿A qué sociedad me refiero? Creo que lo dicho vale, en general, para la sociedad del llamado mundo occidental.

El resultado de este proceso es que el pensamiento claro y ordenado, que debería ser nuestra guía, ha sido sustituido por el pensamiento difuso. 

El pensamiento claro y ordenado distingue entre hechos y opiniones, entre hechos ciertos y hechos probables o posibles, entre opiniones infundadas y opiniones razonables o teorías, entre razonamientos y sentimientos o sensaciones. Se basa en argumentos sólidos y bien estructurados, se somete de buen grado a la crítica y la revisión, no es dogmático.

El pensamiento difuso se basa en clichés, tópicos, expresiones vacuas e ideas vagas; maneja por igual hechos, creencias, suposiciones y deseos. Compone con todo eso una papilla confusa y multiusos, que se exhibe como bandera (sin admitir, por tanto, crítica alguna) y aun como arma arrojadiza.

De esta manera, como resultado de este pensamiento cada vez más difuso, tenemos unos ciudadanos que sienten cada vez más, pero razonan cada vez menos; unos ciudadanos que opinan cada vez más, pero saben cada vez menos; unos ciudadanos que incluso recelan cada vez más de quienes saben y de quienes piensan.

¿Por qué ha sucedido –está sucediendo– todo esto? No lo sé. Pero parece difícil atribuir este vasto proceso social al azar. Si siguiéramos la vieja máxima de los detectives clásicos (“averigua a quién beneficia el crimen”), la conclusión lógica sería, aunque manida, escandalosa: quien maneja los hilos del poder en nuestra sociedad está interesado en que los ciudadanos no sepan pensar, porque resultan así mucho más manejables.

Si eso fuera verdad, las últimas elecciones (americanas y europeas) vendrían a ser el clásico tiro por la culata. De tan maleable, la sociedad es blanco fácil para el primero que sepa excitar sus resortes primarios, de modo que los poderosos acaban recibiendo en este caso una buena dosis de su propia medicina.

En esta explicación, incurro en lo que denuncio, porque manejo una idea vaga, muy vaga: el poder y quienes manejan sus hilos. Intentar aclarar esto nos llevaría demasiado lejos, pero no me resisto a dejar anotada aquí mi percepción de que nuestra democracia occidental parece cada vez más una fachada, una representación pública que esconde tras de sí la verdadera realidad: la existencia de una plutocracia que escribe la obra que se representa y es en última instancia –o pretende ser– la dueña del teatro en el que estamos todos. Si esto fuera así, podríamos preguntarnos si en realidad estas decisiones populares imprevisibles no habían sido ya previstas, si de verdad suponen un desafío para el auténtico poder, si acaso no será un mero cambio de libreto en la representación social.

En cualquier caso, la siguiente pregunta también parece obvia: ¿qué hacer? Tampoco lo sé, pero intuyo que la clave está, como casi siempre, en una palabra mágica: educación. La educación actual, con toda su cháchara pedagógica y tecnológica, pretende formar hombres útiles (¿a la sociedad, a las empresas, al capital?), no hombres libres. Porque los hombres libres pueden no ser útiles, especialmente si la utilidad se entiende en términos de beneficio económico (al fin y al cabo, muchas veces lo verdaderamente importante no sirve para nada); de hecho, pueden llegar a ser extraordinariamente incómodos e inconvenientes. 

Educación y más educación. Es fácil de decir, pero difícil de llevar a cabo. Un apunte: la escuela es sólo una parte de la educación de un niño, y no la más importante; lo resume muy bien un conocido proverbio africano: «hace falta una tribu entera para educar a un niño». Otro apunte: hay varios modelos educativos razonables; más importante que acertar con el mejor es lograr el compromiso y el trabajo de todos a favor del modelo seleccionado, sea el que sea.

Si queremos ser dueños de nuestras vidas, debemos ser de verdad dueños de nuestros pensamientos. Lo escribió con otras palabras en los primeros años de la transición (y tal vez no por los motivos adecuados) Fernando Lázaro Carreter: «no habrá democracia mientras unos sepan expresarse satisfactoriamente y otros no; mientras unos comprendan y otros no; mientras el eslogan pueda sustituir al razonamiento articulado que se somete a ciudadanos verdaderamente libres porque tienen adiestrado el espíritu para entender y hacerse entender».

Este sencillo artículo no puede terminar sin un estrambote final. ¿Seguro que existe el proceso social que he descrito? Porque tal vez sea un fenómeno o una percepción constante a lo largo de la historia, que no deba aplicarse a este tiempo más que a cualquier otro de los últimos dos mil años. ¿Seguro que la educación actual está más desnortada que la de antes? Porque la respuesta depende mucho, para empezar, de lo que entendamos por “antes”. ¿Seguro que los norteamericanos y los europeos han votado de manera insensata? Porque también es posible que sea yo el equivocado… ¿Quién ha dicho que yo tenga las respuestas? Sólo intento hacerme las preguntas correctas.