martes, 3 de mayo de 2022

La concentración del capital

La lista de los problemas que aquejan al mundo es larga y complicada. Si buscamos su concreción, acabamos perdidos en una casuística enmarañada; si, por el contrario, buscamos la generalización, acabamos manejando formulaciones vanas, sin apenas valor para la acción real.

Creo que lo más inteligente no lo más fácil es identificar, en esta madeja de desgracias e indignidades, un hilo largo que pueda desenmarañarse, al menos parcialmente, para conseguir así reducir el tamaño y la complejidad de la madeja. Tal vez haya varios de esos elementos clave, pero yo señalo uno: la concentración de la riqueza.

Por supuesto, siempre ha habido ricos y pobres, y éstos siempre han sido más que aquéllos. No sé si éste es el momento histórico en el que menos gente acumula más riqueza (no importa, en realidad), pero es evidente que la concentración del capital ha aumentado en los últimos cuarenta años.

Es difícil explicar debidamente este proceso, presentar ordenadamente todos los datos imprescindibles para caracterizar el fenómeno, esclarecer las causas, las tendencias, etc. Renuncio a ello de antemano. No me resisto, sin embargo, a presentar algunos datos desordenados.

Un informe de la Oficina de Presupuesto del Congreso de los Estados Unidos de 2016 (que leo en el CNN español) estimaba que el 10% de las familias poseían el 76% de la riqueza total del país. Además, la concentración se había acrecentado en los últimos años. Así, entre 1989 y 2013, las familias situadas en el percentil 90 habían incrementado su riqueza en un 54%; las del percentil 50, sólo un 4%; pero las del percentil 25 habían perdido el 6% de su riqueza. 

Con la pandemia, la concentración ha aumentado de una manera obscena. Según un informe de 2020 de la organización American for Tax Gairness (ATF) (que puede leerse, entre otros, en el canal gubernamental France 24), los multimillonarios americanos habían ganado en esa fecha más un un billón de dólares con la pandemia. En palabras de su director ejecutivo, Frank Clemente«nunca antes Estados Unidos había visto tal acumulación de riqueza en tan pocas manos». La cosa parece incluso más increíble, porque, a día de hoy, la ATF afirma que los beneficios pandémicos de los multimillonarios son ya de 2 billones. ¡Más de la cantidad que la administración Biden va a dedicar a su plan nacional de estímulo

En España, los cinco grandes bancos (Santander, BBVA, Caixabank, Bankinter y Sabadell) ganaron en 2021 casi 20.000 millones de euros. (No debemos olvidar que hace muy poquitos años les regalamos entre todos una millonada indecente.) Ese mismo año, esos bancos se deshicieron de unos 16.000 trabajadores (fuente). Por concretar más un caso, el BBVA, que en 2021 ganó más del triple que el año anterior (fuente), ha batido su récord de beneficios trimestrales en este primer trimestre del 2022: 1651 millones, el 36% más que el mismo periodo del año anterior (fuente). Todas las grandes empresas presentan números similares: Iberdrola ganó 3.885 millones en 2021 y prevé ganar más de 4.000 este año (fuente); Inditex triplicó su beneficio el 2021 (fuente); Repsol ha duplicado su beneficio en el primer trimestre del 2022 (fuente); la cuenta sería interminable.

Si ampliamos el foco, vemos que la desregularización de finales del siglo pasado y la tan cacareada globalización han tenido efectos inciertos para el común de los ciudadanos, pero han generado unos beneficios estratosféricos para unos pocos. De modo similar, la revolución tecnológica ha propiciado evidentes ventajas para todos, pero también ha generado un ramillete de Crasos contemporáneos (Bill Gates, Mark Zuckerberg, Jeff Bezos, Elon Musk, Larry Page, etc.). Y encima tenemos que tragar con la pantomima de que varios de estos multimillonarios son unos filántropos, cuando nunca han dejado de ser unos depredadores.

Yo no soy economista, pero me parece claro que en las últimas décadas hemos asistido a una imparable financiarización de la economía. No deberíamos olvidar que, en general, la actividad económica genera riqueza tangible, mientras que la actividad financiera, no. Los fondos de inversión han colonizado la actividad económica, de modo que ahora controlan un porcentaje cada vez mayor de las empresas y los negocios. (Es sorprendente, además, lo incautos que somos: primero celebramos que tal o cual empresa haya sido adquirida por no sé qué fondo internacional, y algunos años después nos escandalizamos porque dicho fondo haya decidido desmantelarla para seguir con su negocio la extracción de pasta fresca de las venas de todos y de todo en otra parte.)

Las cosas llegan a extremos verdaderamente inconcebibles. El mercado mundial del cereal es controlado en su mayor parte por cuatro empresas gigantescas, que se conocen como ABCD: ADM, Bunge, Dreyfous y Cargill. Esta última es la empresa líder. Tiene 166.000 empleados en 66 países y en 2021, con 121.000 millones de euros de facturación, obtuvo los mayores beneficios de sus más de 150 años de vida (fuente). Su montaje es sencillo: si hay una buena cosecha, se forran; si la cosecha es mala, también, porque quienes se arruinan son los agricultores. Ahora, la guerra de Ucrania llevará los precios a un límite insostenible para casi todos. Hay que tener presente que el precio de la próxima cosecha de cereal del mundo se cocina en la bolsa de Chicago. Con la crisis financiera de 2008, la especulación se trasladó en buena medida a este mercado, que ofrecía enormes oportunidades de enriquecimiento (a costa del prójimo, obviamente). Desde entonces, los precios no han dejado de subir, y los grandes no han hecho otra cosa que forrarse. Lejos de corregir esta locura, el mundo sigue abundando en el error, porque ya se ha comenzando esta misma carrera con el recurso más básico para nuestra existencia: el agua

Todo esto es sencillamente suicida y debe, por tanto, corregirse. ¿Cómo? No será sencillo, pero sólo cabe una manera: la regularización, es decir, la promulgación de leyes que no permitan el saqueo sistemático de los recursos y no promuevan semejante concentración del capital. Sin embargo, la legislación internacional, cada vez más tupida y compleja, preserva  y hasta cultiva unos llamativos agujeros negros para que todos estos fenómenos prosperen, es decir, para que la riqueza continúe con su proceso imparable de concentración. Nuestras democracias occidentales, cada vez más sensibles para según qué cosas, son ciegas a estas cuestiones, obviamente más importantes. No las ven, no quieren verlas o no quieren reconocer su incapacidad para corregirlas. En todo caso, de un modo o de otro, son cómplices.

Cuando hablo de las democracias occidentales, no me refiero sólo al hatajo de truhanes e incompetentes que copan los puestos de responsabilidad pública, sino a todos nosotros. Este asunto daría para mucho, pero apunto algunas ideas rápidas:

  • Alguien podría decir que me he vuelto más comunista que los mismísimos bigotes de Stalin. Sin embargo, nada de lo anterior tiene que ver con el comunismo, sino con el puro sentido común.
  • Aquí no hablamos de modelos económicos o sociales, sino de unos mínimos de justicia y decencia en nuestra convivencia.
  • Me parece que la izquierda (sea eso lo que sea) ha hecho una claudicación histórica: ha renunciado a regular los resortes básicos del modelo económico (su finalidad fundacional) y se ha volcado sobre otros asuntos no carentes de interés, pero evidentemente secundarios. El feminismo es el ejemplo perfecto de una causa sin duda justa y necesaria, pero utilizada como cortina de humo o maniobra de distracción de problemas más importantes.
  • Es tremendo comprobar que estas cuestiones han desaparecido prácticamente del discurso público de políticos, periodistas, profesores, científicos, pensadores, etc. Y es aún más tremendo que sólo se escuchen debidamente distorsionadas por las ideologías respectivas, si es que pueden llamarse así en los discursos de las sectores más extremos, a izquierda y derecha.

En definitiva, no sé qué es peor, que nos roben concienzudamente, aumentando la injusticia global y envenenando nuestro futuro, o que no nos demos cuenta.