martes, 29 de septiembre de 2020

La revolución de Perogrullo

Vivimos, como siempre en la Historia, tiempos raros. En los últimos años, las portentosas capacidades de las denominadas TICs nos han inoculado un culto idolátrico a la información, de modo que nadamos en un océano de datos excesivos, confusos, contradictorios y, no pocas veces, de ínfima calidad. Incapaces de filtrar tal desmesura, el recurso que nos queda es una adhesión acrítica a las posturas más cómodas o cercanas, a las que desprenden el husmillo más parecido a nuestro propio olor o, mejor dicho, al de nuestra manada. Este proceder –perfectamente comprensible, por otra parte– potencia la credulidad y el gregarismo, a la vez que atrofia la capacidad de observación y de razonamiento. Así, sentimos más pero pensamos menos, opinamos más pero sabemos menos, creemos más pero razonamos menos. (Cabe discutir si este fenómeno es espontáneo u obedece a algún otro impulso profundo de la Historia, o incluso al planteamiento más o menos explícito de alguien, pero eso es otra cuestión.)

En este estado de cosas, si uno enlaza ordenadamente un par de observaciones de puro sentido común, parece que hubiese conseguido un prodigio del razonamiento. Vivimos tan ofuscados que necesitamos que nos refresquen las obviedades, las verdades de Perogrullo, que a la mano cerrada le llamaba puño. En esta increíble sociedad de la información, después de tantas y tantas vueltas al círculo de todo lo post-, hemos convertido en revolucionario a Perogrullo.

Pues bien, este humilde espacio internetero pretende, precisamente, impulsar la Revolución de Perogrullo, compartiendo unas pocas reflexiones que, a mi juicio, ofrecen ejemplos de un pensamiento claro y ordenado, de puro sentido común. Por supuesto, sé que peco de inmodestia. Sé que no soy capaz de ver todo lo que debería, ni de ordenarlo como debería. Pero, aun así, me parece que estos escritos merecen ser leídos. ¡Y criticados!

viernes, 4 de septiembre de 2020

Para qué sirve un periodista

En mi ciudad se están cambiando las marquesinas de las paradas de autobús. Las nuevas, diseñadas por el mismísimo Norman Foster, son, a mi juicio, un desatino. No importa ahora explicar mi opinión, sino fijarnos en otro hecho: ¿alguien, en algún periódico, se ha preguntado por la necesidad de realizar este gasto? ¿Alguien se ha preguntado por la relación calidad/precio de las nuevas marquesinas, o al menos por su precio? ¿Alguien se ha preguntado por qué las nuevas marquesinas no protegen de la lluvia, apenas tienen asientos, sólo son de un único tamaño, etc.? No. La idea que los medios de comunicación han transmitido es, sencillamente, “qué bien, qué buenos somos, vamos a tener marquesinas nuevas y encima de diseño”.

En mi ciudad hemos estrenado una estación de autobuses. A mi modo de ver, es fea, incómoda, está mal señalizada y tiene unas normas de supuesta seguridad desacertadas. ¿Algún periodista se ha preguntado algo sobre estas cuestiones? ¿Algún periodista ha explicado, por ejemplo, el engorroso procedimiento para comprar los billetes, o el increíble trato que han sufrido los taxistas de la estación? No. La idea que se ha transmitido es, sencillamente, “qué bien, qué buenos somos, tenemos una estación súper-moderna y ultra-segura”.

En uno de los lugares que mejores posibilidades urbanísticas ofrecía mi ciudad, se ha levantado una jungla de torres apelotonadas, a las que se suman una residencia-hotel de unos 12 pisos y un nuevo y enorme complejo universitario. Todo en un pañuelo. ¿Algún periodista se ha preguntado cómo ha sido posible este disparate urbanístico, si los procesos administrativos para este horror han sido todo lo limpios que debían, si alguien se ha forrado con todo esto, etc.? No. La idea que se ha transmitido es, sencillamente, “qué bien, qué buenos somos, tenemos los rascacielos más altos de Euskadi, y una residencia estupenda, y un nuevo complejo universitario, todo en una zona modernísima”.

Podía seguir amontonando los ejemplos locales. Y no he comentado ni un solo caso autonómico, nacional o internacional, que suelen ser igual de burdos pero mucho más graves. En todos ellos se observa el mismo fenómeno: los medios de comunicación se limitan a divulgar la visión que interesa a sus dueños. En unos casos, ésta coincidirá con los intereses de quienes se sientan en ese momento en las poltronas; en otros, sucederá exactamente lo contrario. Pero nunca, o casi nunca, aparecerá una mirada serena, lúcida e independiente, que indague y profundice en la realidad de las cosas, asumiendo diferentes puntos de vista. Entonces, ¿para qué sirve un periodista?