martes, 27 de octubre de 2020

El nuevo estado de alarma (primera parte)

Ya tenemos otro estado de alarma, con las restricciones correspondientes. Lo han vuelto a hacer: puesto que con las medidas anteriores no se ha conseguido nada, endurecemos las medidas. ¿Pero por qué las medidas anteriores no han conseguido nada? Ah, sobre eso, ni media palabra. Los gobernantes vuelven a escamotear, una vez más, su responsabilidad. Por una parte, si las medidas eran insuficientes, es su falta; por otra, si las medidas eran adecuadas, pero no se cumplían, la responsabilidad es doble: de quien las incumple, en primer lugar, y de quien tenía la responsabilidad de hacerlas cumplir, en segundo lugar. Se mire como se mire, nuestros gobernantes no pueden salir incólumes de esta situación. La declaración del estado de alarma no es sino la constatación de su incapacidad. 

La crítica debe abarcar tanto a gobernantes como a gobernados. Pero tampoco debe olvidarse que las responsabilidades de unos y otros no son comparables. Además del gobierno central y los autonómicos, me parece que no se ha enfatizado como merece la responsabilidad de los Ayuntamientos, que son los que más directamente deben hacer cumplir las medidas, y que, a mi modo de ver, están haciendo, en general, una clara dejación de su responsabilidad.

De las restricciones que se exponen en el Real Decreto que declara el estado de alarma, la que parece más importante a juzgar por la polvareda mediática que ha levantado es la del toque de queda. A mí, la verdad, la cosa me deja algo confuso. Veamos: en mi Comunidad, desde el 18 de agosto, los bares debían cerrar a la una, pero sin que nadie pudiese entrar o pedir nada desde las doce. No veo, pues, gran diferencia con lo de ahora. Por otra parte, en cuanto los bares cerraban, ¿por qué permanecía tanta gente en la calle (¡y sin mascarilla!), si estaba prohibido consumir y formar grupos de más de 10 personas? Si de verdad el ocio nocturno era el caldo de cultivo para una buena parte de los contagios (como se lee en el capítulo II del Real Decreto), no era sino porque no se cumplían las normas establecidas. ¿Y quién era el responsable de hacerlas cumplir? Volvemos al punto inicial.

Pero eso no es todo. Yo no sé si es en la actividad nocturna donde se ha observado un relajamiento importante de las medidas estipuladas (R.D. 926/2020, cap. II, p. 91913), pero sí sé que las medidas también se han incumplido en la actividad diurna; y que las autoridades, también por el día, han abdicado de su responsabilidad para hacer cumplir sus propias normas. Con el toque de queda, no sé lo que va a pasar por la noche, pero no tengo ningún motivo para creer que las cosas vayan a variar de seis a once.

El abecé del mando dice que no puede darse una orden que no se esté en condiciones de hacer cumplir.  Toda prohibición gubernativa debe ir acompañada de la previsión para su cumplimiento, aunque todos somos conscientes de que, en esta situación excepcional, no podrá conseguirse al cien por cien. Sin esa segunda parte, las restricciones son un puro desideratum, un mero brindis al sol.

En definitiva, esta medida del toque de queda me parece algo parecido a prohibir la circulación para evitar los accidentes de tráfico: efectivo, sin duda, pero también una implícita declaración de impotencia e incompetencia.

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