viernes, 2 de octubre de 2020

El debate presidencial

He seguido el tratamiento que ha recibido en diferentes medios de comunicación el debate presidencial americano de Donald Trump y Joe Biden. En líneas generales, se han presentado dos versiones decididamente antagónicas: para unos, Trump se ha mostrado como un saco de mentiras marrullero y faltón, que ha sacado de quicio con sus estratagemas barriobajeras no sólo a Biden, sino incluso al propio moderador (el periodista Chris Wallace); para otros, Trump ha tenido que defenderse de las encerronas que, en vergonzosa connivencia, le habían preparado Biden y Wallace, y lo ha conseguido con gallardía e inteligencia, desenmascarando las continuas trampas de sus adversarios. Para los primeros, Trump se ha descalificado absolutamente como candidato; para los segundos, el descalificado es Biden.

Sé que las cosas no son unívocas, que la mirada construye el objeto observado, etc. Por tanto, es normal que haya diferentes maneras de entender el desarrollo de un debate. Pero que puedan darse interpretaciones tan incompatibles me parece asombroso. Digamos que entiendo que lo que para uno es amarillo para otro sea verde, pero me asombra que uno vea blanco donde otro ve negro. 

Muchas de estas crónicas periodísticas, al menos las más extremadas, parecen no poder ser explicadas sino desde la psicología clínica, porque sólo un serio trastorno puede afectar tanto la percepción humana. Claro que siempre queda la otra posibilidad: la de la tergiversación interesada y la mentira. Eso ya no es asombroso, sino vergonzoso, y debería ser combatido, incluso legalmente, de ser posible. 

Además, me temo que una buena parte de los lectores de unos y de otros creerán a pies juntillas la versión de cada caso, puesto que la crónica que leen no habrá hecho sino reforzar su convicción previa. Y eso, más que asombroso o vergonzoso, me parece peligroso.

En definitiva, ¿qué ha pasado en este debate? Para poder contestar debidamente esa pregunta, hay que ver atentamente el vídeo (de hora y media, y obviamente en inglés), leer con cuidado las diferentes crónicas, volver a comprobar en el vídeo lo que comenta cada periodista, tratar de entender las razones de cada cual… Para contestar la pregunta, en suma, hay que trabajar y tener además ciertas capacidades. Y nos topamos así con el probable quid de la cuestión: descontando a los que no quieren y a los que no pueden, ¿cuántas personas quedan que sean capaces de contestar debidamente la pregunta, y de quienes nos podamos, por tanto, fiar? Y, para más inri, ¿alguna de esas es periodista?

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