Quiero reflexionar sobre la innovación, uno de los más evidentes fetiches del pensamiento actual. Me centraré en el ámbito universitario, que conozco mejor.
En primer lugar, creo que el concepto se utiliza de un modo muy impreciso. Veámoslo con un ejemplo: un profesor lleva varios años dando satisfactoriamente una asignatura a grupos de unos quince alumnos, pero el curso que viene deberá hacerlo con un grupo de cuarenta. ¿Tendrá que cambiar algo? Muy probablemente. ¿Deberá, entonces, innovar? No veo por qué: la asignatura es la misma, lo que cada alumno debe aprender es lo mismo, el trabajo que debe hacer para conseguirlo es, más o menos, el mismo. Lo que sí deberá hacer nuestro profesor es adaptar o adecuar sus clases a un grupo mayor de alumnos. Pero adaptar no es innovar; adaptación no es innovación.
Pongamos otro ejemplo: la investigación. Dese hace años, se repite como un mantra la frase de que toda investigación debe ser innovadora. No me resisto aquí a hacer un excurso personal.
Yo comencé desarrollando proyectos de investigación. Enseguida, los proyectos pasaron a ser de investigación y desarrollo (I+D). ¿Desarrollo de qué? Nunca lo he sabido. ¿Desarrollo social? Ignoro qué quiere decir eso y cómo se mide (cf. el término progreso). ¿Desarrollo de la propia disciplina? Pero es que una investigación que no pretenda aportar algo, por poco que sea, al conocimiento acumulado, no es que no sea I+D, es que tampoco es I. En todo caso, eso era poco para las grandes mentes que rigen el cotarro, y los proyectos acabaron siendo, desde hace ya tiempo, de investigación, desarrollo e innovación: I+D+I. Volvemos, pues, al hilo abandonado en el párrafo anterior.
Cuando se dice que toda investigación debe ser innovadora, en realidad lo que se quiere decir es que debe ser original. Que no es lo mismo. Pero es que tampoco el concepto de originalidad es unívoco. ¿Se trata de una investigación que resulta de la inventiva del autor (segunda definición de la RAE) o que tiene en sí carácter de novedad (sexta definición)? En el primer caso, hablaríamos de una pura obviedad, más relacionada con la honestidad que con la ciencia; en el segundo, sí podríamos hablar en puridad de originalidad e incluso de innovación. Pero el caso es que ni mucho menos tienen que ser así todas las investigaciones. Por poner un ejemplo simplicísimo: yo puedo replicar un experimento anterior de un modo prácticamente idéntico, obtener unos resultados similares, llegar a las mismas conclusiones que el trabajo replicado... y aún así resultar un aporte científico razonablemente valioso.
Innovacion, adaptación, originalidad... Algo tienen que ver entre sí esos términos, pero no son en absoluto sinónimos. En resumen, el concepto de innovación se utiliza de una manera difusa y, a mi modo de ver, tramposa, puesto que que puede significar muchas cosas diferentes y nadie sabe, en realidad, de qué demonios se está hablando.
Pasemos ahora al segundo punto de esta reflexión, e imaginemos a todos los profesores de todas las universidades del mundo devanándose la sesera para producir, año tras año, conocimientos nuevos, procedimientos nuevos, métodos nuevos. No sólo sería un espectáculo absurdo, sino, sobre todo, imposible. Con suerte, una persona de genio es capaz de generar algo verdaderamente innovador una o dos veces en su vida. El resto no serán sino repeticiones, adiciones o matizaciones. Más aún: si esa persona se obsesiona por innovar, lo más probable es que le salga el tiro por la culata y acabe dando a luz auténticos despropósitos. La innovación nunca es perpetua, ni tan siquiera recurrente. Anda que no tenemos ejemplos preciosos de esta regla en el mundo de la moda...
¿Imaginan ustedes a un profesor impartiendo treinta años seguidos la misma materia, y haciéndolo cada año de un modo verdaderamente innovador? ¿Sería posible? Rotundamente, no. Pero de conseguirlo, ¿sería cada año mejor? Tampoco, porque –y aquí viene lo bueno– innovar no implica mejorar. Esta es la gran obviedad que escondemos. Si yo me creyera capaz de idear, año tras año, nuevas maneras de ejercer mi trabajo, siempre diferentes y siempre mejores, sería un pobre trastornado o, más probablemente, un simple idiota. Un profesor no tiene que ser innovador: tiene que ser eficaz. Y honesto, que es algo que siempre se nos olvida.