Al publicar mi último texto, me quedé, una vez más, con la sensación de que no me había sabido explicar del todo bien. Confío en que no parezca que he perdido definitivamente el juicio si, para tratar de enmendarme, comienzo contando un cuento (que adapto de El chapuzas, una historieta de Goofy que leía de niño en la fantástica colección de Dumbo). Vamos allá:
Un hombre tiene un coche que últimamente funciona cada vez peor. Mete mucho ruido, ha perdido potencia, a veces el motor da unos empujones raros... El hombre, preocupado, lo lleva a un taller. Al de un par de días, el mecánico le llama y le dice que puede pasar a recogerlo porque ya está arreglado. Nuestro hombre va a buscar su coche y se lo encuentra reluciente.
— El coche estaba sucísimo –le explica el mecánico–, así que lo hemos tenido que lavar entero, por fuera y por dentro. También hemos tenido que pulir los tapacubos y cambiar la alfombrilla de los pedales. En total, aquí tiene la factura –y le pasa el papel.
— No me lo puedo creer –exclama nuestro hombre–, ¿eso es todo lo que has hecho? ¿Ni has mirado el motor? Yo no he traído el coche para que me lo limpies, sino para que me lo arregles. Y lo único que has hecho es enredar en tonterías.
— ¿Pero es que no está mejor ahora que antes? –pregunta el mecánico, más bien ofendido.
— Lo que has arreglado son unos detalles sin ninguna importancia que me traían sin cuidado –le responde el hombre–, el coche sigue estando igual de mal que cuando lo traje. Ahora tendré que llevarlo a un taller de verdad. Y, por supuesto, no pienso pagarte esta factura.
Ya está, éste es el cuento. En esta versión, el descerebrado es el mecánico; pero también podríamos haberlo contado al revés: un hombre que lleva su coche a pintar cuando el motor se está cayendo a pedazos.
Con todos los detalles y los pormenores que queramos añadir, creo que esta historieta del coche expresa bastante bien la ceguera de nuestra sociedad, de la que quise hablar en mi anterior entrada (a cuenta de la señora ministra). Porque así también vamos nosotros, muy ocupados pasando la aspiradora por los asientos de nuestro coche, discutiendo con obstinación si bajamos o subimos una ventanilla, si conviene repintar la carrocería, y de qué color, pero sin prestar atención a si el motor responde como debe, a si tenemos suficiente gasolina, a si conducimos adecuadamente... Y, sobre todo, sin repajolera idea de hacia dónde vamos.
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