miércoles, 2 de marzo de 2022

De líderes y liderazgo

Se me activan todos los pilotos rojos de alarma en cuanto oigo hablar de líderes o de liderazgo. Desde hace unos cuantos años, estas palabritas (y el sucedáneo de idea que esconden detrás) se han convertido en uno más de los ídolos a los que sacrificamos nuestra sensatez, o lo que nos va quedando de ella. Es fácil ver aquí un nuevo ejemplo de colonización cultural, pero me temo que el asunto da para más.

En los ámbitos empresarial y administrativo, el liderazgo ha servido para que unos cuantos listillos se forren dando cursos de supuesta formación a un creciente enjambre de jefes y jefecillos que se creen una moderna mezcla de Alejandro Magno y Gengis Kan. Dejar una empresa en manos de semejantes orates engreídos consigue, en primer lugar, volver tarumbas a sus pobres subalternos y, en última instancia, lastrar su funcionamiento cotidiano y poner en peligro su propio futuro.

Sin embargo, es en lo político donde el dichoso liderazgo muestra toda su potencial malignidad. Un político es alguien elegido por sus conciudadanos para gestionar la cosa pública, y que debe rendir cuentas de dicha gestión; su posición preeminente es, por tanto, circunstancial y transitoria. El líder, en cambio, es alguien que, supuestamente por su comportamiento ejemplar o heroico (en realidad, más bien por su astuta utilización de la propaganda), se gana la voluntad popular para situarse por encima de sus conciudadanos, que cambian así su condición por la de seguidores acríticos. El político es examinado, el líder es seguido; al político se le juzga, al líder se le obedece y, eventualmente, se le ama; el político establece un pacto de confianza; el líder, de lealtad.

Un país culto, bien instruido e informado, no necesita un líder. Esta campaña ubicua de elogio del liderazgo, que pretende llenar de líderes todos los ámbitos de nuestra vida, coincide con otra serie de cambios globales que parecen pretender el freno del librepensamiento y de las libertades públicas y, en definitiva, el fin del llamado estado del bienestar. ¿Es casual esta coincidencia? Me cuesta creer que lo sea. Más bien me parecen síntomas de un mismo fenómeno.

Yo no quiero tropezarme con ningún líder, ni en mi escalera, ni en mi trabajo, ni en mi país, ni en ningún sitio. Son peligrosísimos. Basta con echar un vistazo al mundo para comprobarlo.

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