viernes, 4 de febrero de 2022

Obviedades sobre la corrupción

El político de turno acaba de tomar posesión de su cargo. Su nuevo secretario le está enseñando las dependencias oficiales. Tras mostrarle las diferentes estancias, ambos se acercan por fin a la imponente mesa de trabajo de su despacho privado.

 Esta mesa le indica el secretario tiene dos filas de cajones a izquierda y derecha. Son seis cajones en total, todos llenos de dinero.

El político abre uno de ellos y, efectivamente, desborda de billetes de cincuenta euros. ¡En esa mesa hay una pequeña fortuna! Lo vuelve a cerrar, no sin cierta dificultad.

 Este dinero prosigue el secretario no está aquí para que usted lo use, sino por si hiciera falta en algún momento. En realidad, nadie sabe muy bien para qué está; nadie sabe cuánto hay, porque nadie lo ha contado nunca, ni tampoco nadie lo contará cuando usted se marche. Pero eso sí, debo repetirle lo mismo que a sus predecesores: bajo ningún concepto debe usted tocar este dinero aunque nunca nadie sabrá si lo ha hecho o no, porque debe dejarlo tal y como está para su sucesor.

El político se queda solo. En los siguientes años, pasará a diario muchas horas en ese despacho. ¿Abrirá los cajones? ¿Contará el dinero? ¿Se quedará con algunos de esos billetes para algún fin que no hace al caso? Tú, amable lector, ¿qué crees que harías en su lugar?

Estaría bien que alguien controlase que el político no utilice ese dinero. Estaría bien que, de hacerlo, fuera sancionado con severidad. Pero, sobre todo: ¿por qué tiene que estar esa mesa llena de dinero? ¿Cómo es posible semejante descontrol?

La moraleja de este cuentito es clara. Por supuesto, hay que investigar a los presuntos corruptos y, eventualmente, castigarlos, pero eso no deja de ser un apaño a posteriori.  Lo que de verdad hay que hacer es establecer un sistema de control que dificulte al máximo que alguien pueda meter mano en la caja. Tal vez no sea muy fácil, pero tampoco parece ni mucho menos imposible.

Por eso, no creo a los partidos políticos, que lanzan grandes soflamas contra la corrupción normalmente después de que les hayan pillado con las manos en la masa, pero no se ponen de acuerdo para establecer esos controles. Es como si los joyeros insistieran en que robar es un delito, pero dejaran sus tiendas repletas de joyas con los escaparates abiertos día y noche, sin vigilancia de ningún tipo. ¿Qué podría pensarse de semejantes tenderos? O bien son rematadamente idiotas, o bien obtienen algún oscuro beneficio con esa maniobra. Pues eso...


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