Vivimos, como siempre en la Historia, tiempos raros. En los últimos años, las portentosas capacidades de las denominadas TICs nos han inoculado un culto idolátrico a la información, de modo que nadamos en un océano de datos excesivos, confusos, contradictorios y, no pocas veces, de ínfima calidad. Incapaces de filtrar tal desmesura, el recurso que nos queda es una adhesión acrítica a las posturas más cómodas o cercanas, a las que desprenden el husmillo más parecido a nuestro propio olor o, mejor dicho, al de nuestra manada. Este proceder –perfectamente comprensible, por otra parte– potencia la credulidad y el gregarismo, a la vez que atrofia la capacidad de observación y de razonamiento. Así, sentimos más pero pensamos menos, opinamos más pero sabemos menos, creemos más pero razonamos menos. (Cabe discutir si este fenómeno es espontáneo u obedece a algún otro impulso profundo de la Historia, o incluso al planteamiento más o menos explícito de alguien, pero eso es otra cuestión.)
En este estado de cosas, si uno enlaza ordenadamente un par de observaciones de puro sentido común, parece que hubiese conseguido un prodigio del razonamiento. Vivimos tan ofuscados que necesitamos que nos refresquen las obviedades, las verdades de Perogrullo, que a la mano cerrada le llamaba puño. En esta increíble sociedad de la información, después de tantas y tantas vueltas al círculo de todo lo post-, hemos convertido en revolucionario a Perogrullo.
Pues bien, este humilde espacio internetero pretende, precisamente, impulsar la Revolución de Perogrullo, compartiendo unas pocas reflexiones que, a mi juicio, ofrecen ejemplos de un pensamiento claro y ordenado, de puro sentido común. Por supuesto, sé que peco de inmodestia. Sé que no soy capaz de ver todo lo que debería, ni de ordenarlo como debería. Pero, aun así, me parece que estos escritos merecen ser leídos. ¡Y criticados!