miércoles, 24 de julio de 2024

Pedagogía y Universidad

La pedagogía es una disciplina muy interesante. Indagar, mediante el método científico, acerca de cómo aprendemos y cómo podemos enseñar mejor: ¿quién podría negar interés a estas cuestiones? El problema no está en la teoría, sino, una vez más, en la práctica.

De un modo general, la práctica de la pedagogía no ha conseguido zafarse de un error fundacional, de algo así como su pecado original: olvidarse del qué para ocuparse del cómo; o, en el mejor de los casos, supeditar aquél a éste. Es un error muy comprensible, muy disculpable, pero es un error: lo que enseño, mi propia disciplina, es mucho más importante que cómo lo enseño y debe ser el centro de mi quehacer.

La matraca de las competencias (y demás milongas pedagógicas adjuntas) que dirige y controla desde hace años, en mayor o menor medida, el diseño de los planes de estudio de todas las titulaciones de la universidad española es una decidida vuelta de tuerca al error fundacional señalado, pues otorga un aparente fundamento teórico a la conversión definitiva del cómo en el nuevo qué. De este modo, la universidad ha sacrificado los contenidos en el altar de las competencias, olvidando que uno sólo puede ser competente en algo, y que, sin una materia real que manejar y controlar, sólo puede aspirar a ser un competente a la violeta, es decir, un bonito globo vacío.

Yo creo en la buena fe y la sensatez de los pedagogos (y me consta en el caso de los que conozco personalmente). En realidad, el error no está tanto en ellos, como en quienes les cedieron la capacidad de dirección y decisión. Porque son los médicos, no los pedagogos, quienes deben diseñar los estudios de medicina; son los lingüistas, no los pedagogos, quienes deben diseñar los estudios de lingüística; etc. Los médicos, los lingüistas, todos harán bien en pedir consejo a los pedagogos y seguir sus indicaciones; pero un pedagogo jamás debe tener la última palabra en nada de eso.

No se trata de volver a la situación anterior, porque es claro que en la universidad española abundaban las barbaridades docentes. Había y sigue habiendo, curiosamente, después de tantos años de tutela pedagógica– muchas cosas por corregir. Y la pedagogía tiene, evidentemente, mucho que decir en esto. El problema es que aquí se pasó pronto, y sin que nadie supiera muy bien cómo, del consejo a la imposición.

No debemos, pues, volver al pasado, sino aprender de nuestros errores y corregir el rumbo, lo que implica entre otras cosas colocar a la pedagogía y los pedagogos en el lugar que en puridad les corresponde. Y hay que hacerlo mejor hoy que mañana, porque la cosa urge. Nos jugamos una buena parte del futuro.